jueves, marzo 15, 2018

Bilbao-Madrid-Barcelona




He hablado mucho últimamente del valor de la empatía y la multiperspectiva a raíz de diferentes intervenciones sobre la posverdad. Ahora me doy cuenta que -después de tanto predicar- todas esas sesiones han servido principalmente para que pueda ponerlo en práctica. En estos tiempos presentarte como catalán en cualquier sitio de España equivale a iniciar una conversación sobre política. De esos encuentros, me he llevado un puñado de buenas ideas. 

Lo primero sería constatar que existe una cierta incomprensión del fenómeno y de la reivindicación. Gente que trabaja en política europea -siguiendo un poco lo que dice 'The Economist'- no entienden por qué se pide la independencia: ¿No sois una de las regiones europeas más ricas? ¿Cuál es el problema? No creo que sean preguntas tontas. Hay gente en Madrid -por lo que he podido ver- que se plantean los mismos interrogantes. 

Conocer cómo se ven las cosas desde Euskadi fue realmente interesante. Me quedo con la frase de alguien del PNV: "No es nuestra vía". Independentistas hasta la médula, no comparten el camino tomado en Catalunya de la declaración unilateral. Una cierta creencia -me parece- flota en el movimiento soberanista catalán, que durante tantos años ha admirado la lucha del pueblo vasco. Los vascos nos miran, se piensa; hemos tomado la delantera. No es lo que pude apreciar en Bilbao, cuando fui a un seminario de comunicación política de la Sabino Arana Fundazioa (con la colaboración del Institute for European Democrats). La organización fue impecable y, gracias a su amable acogida, fueron unos días muy agradables. Los vascos son gente muy seria y vale la pena escucharles.


En Madrid me llevé varias sorpresas. Cuando me invitaron a dar una sesión a los alumnos del Máster Cope, pensé que me metía en la boca del lobo. Me daba la impresión que más que hablar de la posverdad y la formación de corrientes de opinión, la discusión se centraría en el procés. Nada más lejos de la realidad: hablamos de política española, del fenómeno Trump... pero no de la independencia de Catalunya. Las intervenciones del coloquio fueron de un nivel excepcional. Además, la visita dio para varias conversaciones interesantes. Personas de tendencia conservadora expresaban claramente su incomodidad por tener a políticos catalanes en la cárcel. Uno estaba 100% a favor del indulto pero -decía- para que pueda darse, primero han de ser condenados.



La última sesión fue en casa. En los últimos meses he participado en muchas reuniones, charlas y pequeños seminarios sobre el tema pero la mesa redonda en las Jornades Blanquerna fue el primer acto ante un gran auditorio en Barcelona. Según me dijeron los organizadores, la idea original era traer a responsables de los principales medios de Madrid y Barcelona para hablar de la cobertura del procés. Realmente hubiera sido una gran sesión. Por diferentes motivos, no pudo ser y al final los ponentes fuimos de un perfil más bien académico. Fue una sesión enriquecedora y con momentos brillantes. Sin embargo, no se llegó a generar un gran debate. Quizá influyó que nuestros análisis -a pesar de partir de puntos diferentes- fueran bastante convergentes. 


¿Qué he aprendido? La primera conclusión tiene que ver con la multiperspectiva. En este sentido, fue una suerte que la sesión en Barcelona fuera la última. Pasar por Bilbao y Madrid, me ha dado un punto de comparación muy necesario y, ahora, hay elementos del discurso en Cataluña que han dejado de ser transparentes para mí. 

En segundo lugar, está la frase de un amigo catalán que vive en Madrid desde hace más de 10 años. "Para los españoles, la unidad nacional es tan sagrada como en Catalunya la lengua y la cultura catalanas". Esta clave me ha ayudado a entender muchas cosas. Desde Catalunya no se entiende que los españoles puedan ver la independencia como una amputación (la metáfora más recurrente aquí es la del divorcio amistoso). Y desde Madrid probablemente no se entienda el daño que se hace cada vez que se ataca TV3 o se pone en cuestión el modelo de inmersión lingüística en las escuelas. Falta hacer un ejercicio de empatía. 

Para acabar, la última lección viene de Euskadi: lo peor son las heridas en el seno del propio pueblo. La fractura en Catalunya tardará mucho en cicatrizar. Quizá no lo haga nunca. A parte de cambios estructurales que bloqueen ciertos incentivos, esto dependerá en buena parte de la sociedad civil. En mi opinión, la capacidad de los catalanes de ponerse en el lugar del otro será clave.




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